¿Alguna vez has visto un grupo de WhatsApp convertirse en un campo de batalla? ¿O te has enzarzado en una pelea interminable en Facebook? ¿O tienes un tío que comparte noticias políticas cada vez más radicales? Vamos a hablar del problema de las redes (anti)sociales.

“Todo el mundo tiene derecho a sus propias opiniones, pero no a sus propios hechos.”

Esto dijo el historiador Yuval Noah Harari. Según él, la humanidad siempre ha sido mejor inventando herramientas que usándolas sabiamente. Y las redes sociales son un buen ejemplo. Sin lugar a dudas, han supuesto un cambio radical en nuestras vidas, un increíble desfile de ciencia e ingeniería de datos, y una de nuestras primeras tomas de contacto con la inteligencia artificial.

Son una fuente interminable de entretenimiento. Hay casi cinco mil millones de usuarios de redes sociales con quienes podemos interactuar en cualquier momento. Desde cualquier parte del mundo. Gratis. Y así estamos escribiendo la más grande y detallada crónica registrada de la historia de la humanidad.

Una crónica que puede que no tenga un final feliz.

Ya que tampoco cabe duda de que las redes sociales están teniendo un impacto negativo en nuestra salud mental individual, y en la de nuestra sociedad: Tenemos un grave problema global de desinformación y polarización.

Y este precisamente va a ser el tema del episodio de hoy: ¿Cómo están las redes sociales… enredando la sociedad?

Las burbujas de información

Seguramente hayas oído hablar sobre las llamadas “burbujas de información”. Cuando entras en Google, Facebook o en cualquier periódico digital, lo que tú ves es distinto a lo que veo yo.

Esto no es así porque alguien esté ideando un plan magistral para dominarnos a todos. Nosotros clickeamos en lo que queremos ver, los algoritmos de las redes sociales aprenden sobre lo que nos gusta, y simplemente nos ceban con ello para que sigamos clickeando.

Así se puede crear el efecto de “cámara de eco”, donde solo vemos contenido que confirma nuestro punto de vista. De esta forma nos parece que mucha gente piensa igual que nosotros. E incluso opiniones muy extremas, al verlas a menudo, nos acaban pareciendo normales, y las terminamos adoptando. Y con el paso del tiempo se van formando burbujas de información, cada una favoreciendo una cierta creencia, política, religión, o grupo social determinado.

Y esta es la explicación de cómo las redes sociales acaban polarizando a la sociedad.

O no.

Resulta que, según estudios recientes, esta explicación puede que no sea completa. Como explicó hace poco Kurzgesagt en este vídeo, hay poca evidencia de que las redes sociales nos aíslen en burbujas. De hecho, es más bien lo contrario: En internet estamos expuestos a opiniones muy diversas. Donde realmente estamos aislados en una burbuja es… En el mundo real, con tus colegas, amigos y familiares.

¿Entonces cómo se explica la polarización en las redes sociales? Para entender una teoría alternativa, vamos a viajar atrás en el tiempo, mucho antes de la aparición de internet.

La clasificación social

Los primeros seres humanos necesitaban cooperar en grupos para sobrevivir, pero también necesitaban competir con otros grupos. Así que, a lo largo de cientos de miles de años, nuestro cerebro desarrolló mecanismos para conseguir un equilibrio entre odiarnos unos a otros y aceptar nuestras diferencias:

  • Por un lado, teníamos que saber distinguir entre “los buenos” y “los malos”. Por lo general, la gente de nuestra tribu era buena, y gente de otras tribus era peligrosa. Pero también una persona de nuestra tribu que fuera demasiado diferente, y que no respetase ciertas normas sociales, implicaba un potencial riesgo, así que señalarla y castigarla públicamente ayudaba a la supervivencia del grupo.
  • Por otro lado, también teníamos que ser capaces de aceptar pequeñas diferencias con gente de nuestra propia tribu: Si no, acabaríamos todos aislados socialmente, lo cual nos pondría en grave peligro.

O sea, que durante milenios hemos sido capaces de tolerar un cierto grado de conflicto y desacuerdo con la gente cercana a nosotros. Y esto ha sido así porque existía una cierta cohesión social que nos mantenía unidos como un grupo, a pesar de nuestras pequeñas diferencias.

Conforme la humanidad ha ido formando grupos más grandes, ciudades e imperios, nos hemos ido exponiendo a un grado cada vez mayor de diversidad de opiniones y costumbres. Esto nos ha llevado a matarnos unos a otros en guerras horribles, pero también nos ha llevado a progresar como una sociedad compleja y variopinta. Aún así, a grandes rasgos, la cohesión social ha sido suficiente para permitir a nuestros cerebros lidiar con esa cantidad de discordia.

Pero en las redes sociales, estos mecanismos de nuestro cerebro ya no funcionan bien. Seguimos clasificando a la gente entre buenos y malos, pero no hay cohesión social suficiente que nos ayude a tolerar las pequeñas diferencias.

Aquellos que clasificamos como “los malos” nos provocan una sensación de indignación moral, llevándonos a asumir que tienen malas intenciones, peligrosas para nuestra tribu. Así que sentimos la necesidad de señalarlos y castigarlos públicamente. Por eso les dejamos una carita enfadada y un comentario pasivo agresivo. O, en otras palabras, interactuamos más en las redes sociales.

Y al pasar más tiempo conectados, estamos expuestos a más anuncios, con lo cual las redes sociales reciben un mayor beneficio económico. O sea, que a las redes sociales les conviene cabrearnos, ya que así atrapan nuestra atención, nosotros estamos más tiempo conectados, y ellas se lucran.

Como resultado, los contenidos extremos e incendiarios, ya estén basados en hechos reales o en puras conspiraciones, se hacen populares. Finalmente, la desinformación se extiende, la gente se polariza… y se montan dramones en los grupos de WhatsApp.

Pero por desgracia, las consecuencias van mucho más allá de las batallitas en el “family”. El uso de las redes sociales puede afectar negativamente a la salud mental, además de acarrear nuevos peligros a los que no teníamos que enfrentarnos antes, como el ciberacoso o la cancelación.

Y todos esos problemas no son más que la punta del iceberg.

Las redes sociales están erosionando nuestra capacidad de aceptarnos unos a otros a pesar de nuestras diferencias, lo cual es necesario para seguir cooperando como sociedad. Esa erosión acaba debilitando la calidad de la democracia, y esto se está convirtiendo en un problema a escala mundial.

Redes sociales vs. seres humanos

Durante la pandemia de COVID19, todos hemos vivido y sufrido las constantes batallas de información y desinformación en las redes. ¿Deberíamos vacunarnos? ¿Qué pasa con las mascarillas? ¿Y el confinamiento es bueno o malo? Aunque sea difícil de cuantificar, toda la confusión generada por las redes sociales ha tenido un enorme coste en vidas humanas.

Pero las redes sociales también han provocado, al menos parcialmente, episodios extremos de violencia. Por ejemplo, se acusa a Facebook de haber alimentado el genocidio de los Rohinyás en Birmania. No es que Facebook lo hubiera planeado deliberadamente, pero la red social facilitó la difusión de desinformación y la polarización de la gente, exacerbando el odio contra una minoría étnica determinada.

Otro episodio memorable en la historia de las redes sociales contra la humanidad, lo encontramos (¡faltaría más!) en Estados Unidos. Allí tenemos a muchos seguidores de Donald Trump creyendo firmemente que los resultados de las elecciones de 2020 fueron amañados, aunque a día de hoy no exista ninguna evidencia de ello, lo que llevó a un grupo de fanáticos a invadir el Capitolio en enero de 2021. Pero eso no es todo, la sensación de inseguridad y división en la sociedad estadounidense es tal que, según una encuesta reciente, casi la mitad de la población cree posible que en los próximos años haya una guerra civil.

Y asimismo sabemos que las redes han influenciado enormemente el resultado de muchas elecciones presidenciales del mundo, así como el Brexit.

En general, los datos nos muestran que en los últimos años la calidad de la democracia en el mundo ha empeorado. Y aunque no podamos saber en qué medida es una consecuencia directa de las redes sociales, sin duda estas han jugado un papel importante.

Pero tengo buenas noticias: No hay ningún motivo para pensar que esta tendencia negativa vaya a seguir por mucho tiempo. Históricamente ya hemos vivido otros episodios parecidos, en que la calidad de la democracia decayó temporalmente. La humanidad consiguió superar todos esos episodios, y puede superar este.

Así que ¿qué podemos hacer para mejorar la situación actual?

¿Cómo solucionar el problema?

El problema de la desinformación y la polarización en las redes sociales es tremendamente complejo. Si ni siquiera hemos conseguido entenderlo del todo, más difícil aún va a ser resolverlo.

Una de las propuestas en el vídeo de Kurzgesagt es que internet vuelva a parecerse a lo que era antes de la aparición de las redes sociales, con sus webs de anuncios, foros y blogs, y sin incentivos por mantenerte conectado a toda costa. O sea, un internet fracturado en pequeñas comunidades que comparten opiniones y una cierta cohesión social. Como en la vida real.

Esta solución puede resultar paradójica: ¿Al final crear burbujas puede ser bueno? Supongo que tiene aspectos buenos y malos. Pero, si consigue reducir la polarización a la que nos llevan las redes sociales, el resultado será positivo.

Al fin y al cabo, nuestro cerebro es el que es, fruto de millones de años de evolución en un puntito azul en la inmensidad del Universo. Y precisamente por eso, a nivel individual tenemos que aprender a pensar racionalmente con un cerebro que no está desarrollado para ello.

¿Qué puedes hacer tú?

La próxima vez que estés en redes sociales y alguien comparta un contenido que te cabree, ¿qué harás? Puedes dejarte llevar por tus instintos tribales, escribir un comentario pasivo agresivo, hacer una bromita irónica, o contraatacar sacando otro tema que, según tú, demuestra que tu opinión es gloria bendita. Pero antes de hacer nada de eso, plantéate por un momento: ¿Qué vas a conseguir?

  1. Lo más probable es que acabéis enzarzados en una batalla inútil en que ninguno cambiará su opinión. O sea, pierdes tu tiempo.
  2. Incluso si consigues convencer a la otra persona de que tú tienes la razón, a ti no te va a aportar nada, salvo un momentáneo subidón de ego. O sea, no aprendes nada.

Así que te voy a proponer una alternativa mejor: Sé amable, y trata de entender a la otra persona.

En lugar de escupir tu opinión o dar un “zasca”, puedes responder a esa persona dándole las gracias por compartir su punto de vista y haciéndole una pregunta. No una pregunta retórica, sino una pregunta honesta y amable, para intentar entender a la otra persona. O sea, algo como: “Interesante, aunque me extraña mucho, ¿dónde has encontrado ese dato? Gracias”. Lo sé, nadie habla así en las redes sociales. Pero plantéate lo que puedes conseguir con eso:

  1. La otra persona no te va a clasificar automáticamente como uno de “los malos”. Así que es más probable que tenga en cuenta tu opinión. Incluso, al intentar responderte, puede que descubra que estaba en un error y modere su opinión.
  2. Es posible que la respuesta de la otra persona te lleve a entender una perspectiva diferente. Puede incluso que te lleve a darte cuenta de que eras tú quien estaba equivocado. O sea, vas a aprender algo, lo cual es mucho más útil que un efímero subidón de ego.

Al responder con respeto en vez de odio, la otra persona también suele cambiar de tono y responde de la misma forma. Y en ocasiones, esa persona que escribió el primer comentario (si es que no era un bot) solo iba en busca de camorra, y tú no le diste lo que iba buscando, así que la pelea se acabó antes de que hubiera empezado. Lo cual también es un buen resultado, ya que te ahorraste un poco de tiempo y de cabreo.

También es cierto que no hace falta que tengas una opinión sobre cada tema. Es perfectamente válido no tener una opinión sobre el conflicto entre Israel y Palestina, sobre la independencia de Cataluña, o sobre los derechos del colectivo LGTB. Así que si alguien te ataca con alguno de estos temas, no pasa nada en responder “Lo siento, no sé lo suficiente sobre el tema”. De hecho, esa es la respuesta más sincera y también la más probable. Al fin y al cabo, la realidad es muy compleja, y tu visión sobre cualquier tema es casi seguro incompleta.

Por último, la mayoría de usuarios en las redes no interactúa con el contenido de forma pública. Cuando un puñado de haters te ataca en las redes sociales, te puede dar la impresión de que todo el mundo está contra ti. Pero no es así. Cuanto más cabreada está una persona, más probable es que deje un comentario. Pero por cada persona que deja un comentario, hay muchas otras que tan solo los leen y no participan.

Así que, teniendo conversaciones civilizadas en las redes, no solo aprendes tú, sino que ayudas a que muchas otras personas también aprendan.

Conclusiones

Parafraseando de nuevo a Yuval Noah Harari, la humanidad se está jugando el futuro con las redes sociales. Y por ahora, estamos perdiendo la partida.

Exponernos a una gran variedad de opiniones diferentes, como hacemos en las redes sociales, puede resultar enriquecedor. Sin embargo, para muchas personas, acaba conduciendo al odio y a la polarización. Así que quizás un cierto nivel de aislamiento informativo puede beneficiarnos globalmente.

Pero, mientras las redes (anti)sociales sigan siendo como son, hay algo que podemos hacer todos a nivel individual: Aceptar que tenemos una visión incompleta de la realidad e intentar entender, educada y racionalmente, la opinión de otras personas.

En pocas palabras, y aunque suene bobo: Sé buena gente. Saldrás ganando.

Si quieres, puedes practicar esa estrategia aquí y ahora. Te invito a dejarme un comentario. Dime si hay algo que haya dicho con lo que estás en desacuerdo. Y suscríbete si quieres ver más vídeos sobre ciencia, sobre el universo, y sobre cómo intentar mejorar un poco el mundo. Si lo haces, tendré el gusto de volver a verte en el próximo episodio de AltruFísica.