Cada segundo estás siendo bombardeado por varios tipos de radiación. Una de ellas debería preocuparnos.

Vives en un mar de radiación. Si utilizas un teléfono móvil, estás siendo irradiado por microondas. Lo mismo ocurre si estás conectado a internet por wifi, o si tienes un teclado inalámbrico. Pero no voy a hablar de este tipo de radiación, sobre el que ya hay innumerables estudios y regulaciones. Tampoco voy a hablar de la radiación ionizante, capaz de alterar las moléculas de tu cuerpo, causando quemaduras, cáncer, o incluso la muerte, como ocurrió a su descubridora, Marie Curie. Mientras que la radiación ionizante es fácil de medir, la radiación de la que voy a hablar consiste en otra partícula, con la que estamos siendo irradiados en mucha mayor cantidad, y que es que casi imposible de medir.

La radiación de la que nadie se preocupa

Estoy hablando de la radiación de neutrinos, partículas que se generan en entornos tremendamente dispares, desde la atmósfera terrestre hasta las explosiones de supernova, y desde los reactores nucleares hasta los plátanos. No obstante, la mayoría de neutrinos que recibimos proceden del interior del Sol. Son tan difíciles de detectar que hacen falta estructuras enormes para conseguir, de forma indirecta, percibir su existencia. Y el motivo por el que conseguimos detectarlos es que son extremadamente abundantes. De hecho, cada segundo, billones de neutrinos atraviesan tu cuerpo.

Sudbury neutrino detector
Oservatorio de neutrinos Sudbury, en Canadá, una estructura subterránea de 12 metros de diámetro.

Un búnker puede protegerte de todas las radiaciones emitidas en una explosión nuclear, menos una: No hay muros lo suficientemente anchos para protegerte de los neutrinos.

Es imposible esconderse de la radiación de neutrinos.

Y sin embargo, nadie habla de esta radiación…

¿Por qué nadie se preocupa?

La razón por la que nadie se preocupa por la radiacion de neutrinos es sencilla: Es irrelevante. La radiación de neutrinos es absolutamente inofensiva.

Los fotones y los neutrinos son las partículas más abundantes del universo. Pero, mientras que el fotón (la partícula de la luz) “siente” la presencia de los átomos de tu cuerpo, el neutrino los atraviesa sin inmutarse. Cuando cierras los ojos, tus párpados son capaces de bloquear la luz del sol, pero no los neutrinos solares. Los neutrinos son “antisociales”: apenas interactúan con nadie.

De hecho, de los billones de neutrinos que te atraviesan, con suerte solo uno llega a interactuar con un átomo de tu cuerpo a lo largo de tu vida. Ni siquiera la cantidad de neutrinos producida en una explosión nuclear como las de Hiroshima o Nagasaki sería peligrosa. Para conseguir experimentar una dosis dañina de neutrinos, tendrías que adentrarte en el interior de una estrella en mitad de una explosión de supernova.

La matriz de preocupación

Habiendo llegado este punto, quizás pienses que este artículo es puro clickbait. He descrito algo tan inocuo como la radiación de neutrinos en la misma sección en que he mencionado bombas nucleares, el cáncer y la muerte. Y en efecto, esa era mi intención: atraer tu atención.

Pero, a pesar del tono sensacionalista, todo lo que cuento en ese párrafo es científicamente válido. Es la siguiente sección la que comienza con una falacia: “La razón por la que nadie se preocupa por la radiacion de neutrinos es sencilla: Es irrelevante.” Esta frase asume que la gente no se preocupa de cosas irrelevantes. E indirectamente presupone que, si fuera algo importante, atraería la atención de las masas. ¿Pero es realmente así?

Hagamos una “matriz de preocupación”: una tabla en la que, de izquierda a derecha, ordenamos las cosas según cuánto deberían preocuparnos, y, de abajo a arriba, cuánto nos preocupan realmente.  Si la sociedad fuese conciente de los grandes problemas del mundo, y trabajara activamente por resolverlos, las cosas estarían distribuidas en diagonal, desde la esquina inferior izquierda hasta la superior derecha. Sería una sociedad sensata, preocupada por los problemas que importan, sin distraerse por cosas banales. 

En el caso diametralmente opuesto, si la sociedad ignorase problemas acuciantes, y se distrajera con cosas irrelevantes, sería una sociedad imprudente. Ni siquiera nos alertaríamos de nuestra propia extinción, escondida en el cuadrante inferior derecho.

¿Cómo es la matriz de preocupación en nuestra sociedad actual?

Tragedias visibles y tragedias invisibles

Imagina que hoy se estrellara un avión con 600 personas a bordo. Se convertiría en el mayor accidente aéreo de la historia, con más víctimas aún que el tristemente famoso desastre de Tenerife. Aparecería en todas las noticias, sería portada de periódicos de todo el mundo y tema de tendencia en las redes. Y con razón, ya que sería una horrible tragedia. Pero hay otras muchas tragedias de las que no se habla. Tragedias que son cualitativa y cuantitativamente incluso peores.

Airplane flying among clouds in the sunset
Foto de Pixabay.

Por poner un ejemplo, cada año mueren unos 5,20 millones de niños en el mundo. Sin embargo, si la mortalidad infantil global fuese tan baja como en la Unión Europea, “solo” morirían unos 0,5 millones. Es decir, tenemos el conocimiento y la tecnología suficiente para evitar los restantes 5,15 millones de muertes. Lo que no tenemos es igualdad.

La escala de esta tragedia es realmente aterradora: El número de niños que muere en el mundo por causas evitables equivale un avión estrellándose con 600 niños a bordo. Pero no cada día, sino cada hora.

¿Por qué un accidente de avión es tan mediático y la mortalidad infantil lo es tan poco? Desde una perspectiva pragmática, debería ser al revés: No hay nada que puedas hacer para evitar el próximo accidente de avión. En cambio, sí que puedes hacer algo para reducir el número de muertes infantiles. La malaria, una de las principales culpables de esas muertes, puede evitarse con algo tan sencillo como una mosquitera. De hecho, donar dinero para instalar mosquiteras se considera una de las formas más costo-efectivas de salvar vidas.

Pero, por desgracia, la humanidad no siempre distribuye su atención de una forma pragmática, como veremos ahora.

La otra radiación

Ha llegado el momento de hablar de una radiación totalmente distinta: La “radiación de estímulos”.

Por naturaleza, estamos programados con sesgos de atención. Es decir, prestamos más atención a ciertas cosas que a otras. Como muchos otros sesgos cognitivos, los sesgos de atención surgieron como mecanismos evolutivos para la supervivencia y proliferación de la especie. Por ejemplo, si hay un oso hambriento corriendo hacia nosotros, es útil que nuestra atención se dirija al oso, en vez de a la forma de las nubes o el olor de las flores. Pero estos sesgos de atención también tienden a hacer que nos preocupemos más por los peligros más inmediatos e impactantes, como los accidentes de avión, que por otros más sutiles pero constantes, como la malaria.

Cada hora mueren unos 600 niños en el mundo por causas evitables.

Para colmo, los medios de comunicación y las redes sociales se aprovechan de esos sesgos de atención. Así como la fruta desarrolló colores llamativos para atraer la atención de animales, y esparcir mejor sus semillas, las redes sociales han optimizado sus técnicas para capturar nuestra atención. Explotan esas “taras mentales” que nos ha dejado la naturaleza para sobreestimularnos, y así conseguir que cliqueemos en enlaces y hagamos scroll durante horas sin saber por qué.

El resultado es que estamos siendo constantemente irradiados con estímulos, distracciones, información y, por supuesto, también desinformación. Y esta radiación sí que debería preocuparnos, ya que tiene un impacto a largo plazo en nuestra salud individual y la de nuestra sociedad.

Teniendo en cuenta todo lo anterior, intuyo que nuestra sociedad tiene una matriz de preocupación dispersa entre los cuatro cuadrantes, de una forma bastante aleatoria. No vivimos en una sociedad absolutamente imprudente, pero tampoco suficientemente sensata.

Conclusiones

Vivimos en un mar de radiación de neutrinos procedentes del sol. Es una radiación muy difícil de medir, y de la que no nos podemos proteger. Sin embargo, no tienen ningún impacto en nuestra salud. Así que hacemos bien en despreocuparnos de esta radiación.

Por otro lado, la tecnología nos bombardea con una constante radiación de estímulos. Y la poca atención que nos queda libre está afectada por innumerables sesgos, que nos impiden percibir la realidad de forma objetiva. El impacto de esta otra radiación también es muy difícil de medir. Pero, a diferencia de la radiación de neutrinos, esa otra radiación sí que debería preocuparnos.

¿Hay algo que podamos hacer para protegernos de esta otra radiación? Por mi parte, me he propuesto el reto de ser cada vez más consciente de mis propios sesgos cognitivos (sobre lo que escribiré más en las próximas entradas de este blog). Detectando nuestras propias “taras mentales” seremos mejores distinguiendo aquellas cosas que nos deberían preocupar de las que no. Así que te invito a participar en el reto. Cuantas más “mentes taradas” se unan, más sensata será nuestra sociedad.