¿Cuál de los dos cuadros te parece más claro, el A o el B? Para mí, el cuadro B es, claramente, más claro. Y seguramente estás de acuerdo. Pero la extraña realidad es que ambos cuadros… son idénticos. Hoy hablaremos de nuestra percepción distorsionada de la realidad, del llamado “efecto perspectiva”, y de cómo hoy, hace justo 10 años, un cambio de perspectiva cambió mi vida para siempre. Así que, si te atreves, te invito a ver este episodio. A lo mejor, a ti también te cambia la vida.

La ilusión anterior se llama “El tablero de Adelson”, y ocurre porque nuestro cerebro no percibe los colores de manera aislada, sino en relación con el contexto. Es decir, si ves los cuadros por separado, no cabe duda de que son idénticos. Pero en cuanto añades el contexto, de repente, B parece más claro.

De alguna forma, el cerebro nos está intentando ayudar. Nota que hay objetos a la luz y otros a la sombra, así que, para que podamos verlos bien todos a la vez, hace que los que están a la sombra parezcan un poco más claros. Pero claro, al intentar ayudarnos, el cerebro distorsiona nuestra percepción de la realidad.

Y este es solo un ejemplo. Lo cierto es que el cerebro nos engaña constantemente.

Nuestra percepción de la realidad

Otra forma de ver cómo nuestro cerebro nos engaña para intentar ayudarnos es el famoso test de Mariotte. Tápate el ojo derecho, y mira al círculo rojo. Luego acércate poco a poco hacia la pantalla. En un cierto momento, te darás cuenta de que el círculo azul desaparece. Puedes pausar el vídeo para hacer la prueba.

El círculo azul desaparece porque, literalmente, tenemos un punto ciego en el ojo, en la zona de la retina de donde surge el nervio óptico. Ahí justo no tenemos células sensibles a la luz. Sin embargo, tú no notas su ausencia. El cerebro rellena esos puntos ciegos sin que te des ni cuenta.

Pero lo que creemos ver no solo está afectado por el contexto visual, sino también sonoro. Por ejemplo, en esta animación hay dos bolitas que se atraviesan en el centro de la imagen. Sin embargo, cuando ves la misma animación acompañada del sonido de bolas de billar chocando, de repente nuestro cerebro nos hace creer que las bolitas no se atraviesan, sino que chocan en el medio.

Y este tipo de distorsión de la realidad no solo afecta a lo que vemos o escuchamos, sino también a cómo pensamos. Solemos creer que nuestras decisiones y opiniones son fruto de nuestras propias conclusiones lógicas y objetivas. Pero esto también es una ilusión.

Los magos se aprovechan de esta ilusión al hacer sus trucos. Por ejemplo, si un mago te dice que elijas una carta, él ya sabe desde el principio qué carta quiere quedarse. Si eliges esa carta, el mago te dirá “Perfecto, quedémonos con esa carta”. Y si eliges la otra, el mago dirá: “Perfecto, descartemos esa carta”. Tú crees que la decisión ha sido tuya… Y luego te sorprendes de que te saquen el rey de espadas de detrás de la oreja.

En definitiva, nuestra percepción del mundo que nos rodea está llena de pequeñas distorsiones. Por suerte, para identificarlas, a veces solo hace falta un pequeño cambio de perspectiva.

Eso es lo que me ocurrió a mí hace 10 años. Y ahora te voy a contar cómo pasó. Para ello, vamos a viajar en el espacio y en el tiempo.

El efecto perspectiva

Australia, 2014. Era una noche apacible a las afueras de una pequeña ciudad, 400 km al oeste de Sydney. Yo estaba trabajando en el radiotelescopio Parkes, una antena parabólica de 64 metros de diámetro, que lleva observando el cielo desde 1961: púlsares, cuásares, ráfagas rápidas de radio…

Parkes también fue una de las tres antenas que capturaron la señal de la misión Apollo 11, permitiendo al mundo entero ver en tiempo real los primeros pasos del ser humano en la luna. En Australia, al Observatorio Parkes se le llama cariñosamente “The Dish” (El Plato).

Parkes se usa sobre todo para observar púlsares. O sea, estrellas de neutrones rotando muy rápidamente, que, vistas desde la Tierra, parecen estar emitiendo pulsos de ondas de radio, como si fueran faros interestelares. Normalmente, cuando Parkes observa un púlsar, lo hace durante varias horas de forma continua, siguiendo lenta y pacientemente la trayectoria de la estrella a través del cielo.

Esa noche, en cierto momento salí a ver ese majestuoso radiotelescopio iluminado en mitad de la oscuridad, bajo la Vía Láctea. Era una imagen espectacular. Si nunca has estado en el hemisferio sur, te cuento que los cielos allí son realmente impresionantes. En una noche despejada, lejos de las luces de la ciudad, puedes ver el centro de la Vía Láctea a simple vista, así como otras dos galaxias vecinas, la Pequeña y la Gran Nube de Magallanes. Y esa noche de 2014 lucía un hermoso cielo estrellado.

Parkes estaba observando un púlsar en una parte baja del cielo, cerca del horizonte, de modo que el borde del Plato estaba casi a ras de suelo. Así que me acerqué a tocarlo.

Entonces, mientras sentía en mi mano la constante vibración de Parkes moviéndose lentamente, me di cuenta de algo curioso.

Desde mi perspectiva, el Plato se desplazaba muy, muy lentamente, siguiendo la posición de esa estrella en el cielo. Pero esa estrella estaba a varios miles de años luz, por lo que su ubicación en la galaxia, vista desde aquí, apenas había cambiado en cientos o miles de años. Es decir, Parkes estaba mirando un punto fijo en la galaxia. Así que, realmente, esa sutil vibración que sentía en mi mano no era por el movimiento de Parkes.

Era la Tierra la que se movía bajo mis pies.

Obviamente, yo ya sabía que la Tierra rota, pero, de alguna forma, nunca lo había sentido tan vivamente como entonces. Los astronautas hablan a veces del llamado “efecto perspectiva”. Es un cambio fundamental en la forma en que se percibe la realidad, causado al ver el planeta Tierra desde el exterior, para observarlo como lo que realmente es: un puntito azul, frágil y aislado, en la inmensidad del espacio. Para mí, teniendo en cuenta que seguramente nunca saldré al espacio, esa noche en Parkes fue mi momento de efecto perspectiva.

Así que, ¿fue ese cambio de perspectiva lo que cambió mi vida para siempre? No.

En realidad, el día que cambió mi vida tuvo lugar pocos días después, el 25 de octubre de 2014. Pero os aviso que la historia es mucho menos poética.

El día en que algo hizo “clic” en mi cabeza

Solemos escuchar historias increíbles de alguien que sube al Everest o sobrevive a un accidente de avión y decide dedicar el resto de su vida a ayudar a los demás.

En mi caso, el día que cambió mi vida para siempre, yo estaba… tirado en la cama un sábado por la mañana viendo vídeos en el móvil. (Si tú también estás ahora mismo tirado en la cama viendo este vídeo, déjame un comentario).

Ese día vi un vídeo que había compartido en Facebook un excompañero de trabajo. De hecho, acabo de ir a su muro de Facebook, he buscado el día exacto en que lo compartió, y me he dado cuenta de que la publicación sigue ahí, con exactamente cero likes. Ni uno más, ni uno menos.

Ya ves lo desagradecido que soy: Veo un vídeo que me cambia la vida para siempre, y no le doy ni un mísero like. Como habría dicho mi abuela: Soy un “descastao”.

El vídeo en sí dura una hora, y es una charla de la psicóloga estadounidense Melanie Joy, autora del libro “Por qué amamos a los perros, nos comemos a los cerdos, y nos vestimos con las vacas”. El vídeo habla precisamente de lo que ella llama “carnismo”, el sistema de creencias que condiciona a las personas a comer ciertos animales y no otros.

Fue terminar el vídeo y decirle a mi novia: “Creo que me voy a hacer vegetariano” Y ella me respondió: “Creo que estás mal de la cabeza”.

Efectivamente, algo había hecho “clic” en mi cabeza. Ese día me hice vegetariano. Y poco tiempo después, vegano. Y poco después, me di cuenta de que podía tener un impacto mayor en el mundo si cambiaba de carrera, y dejé la astrofísica. Y poco después empecé a interesarme por el altruismo eficaz, y descubrí que algunas formas de ayudar eran más efectivas que otras. Y poco después, decidí comenzar este canal. Y poco después, como expliqué en un episodio anterior, firmé el compromiso de vida de donar al menos el 10% de mis ingresos a las obras más efectivas para reducir el sufrimiento humano y animal.

En definitiva, ese día no solo cambié mi alimentación, sino que cambié para siempre mi forma de ver el mundo.

¿Pero qué demonios me pasó ese día que causó esta bola de nieve de cambios en mi vida?

La pregunta que cambió mi vida

Hoy no voy a tratar el problema del sufrimiento animal. Ese melón ya lo abrí en el último episodio de AltruFísica. Lo que importa es que mi perspectiva al respecto cambió drásticamente al ver ese vídeo de Melanie Joy. Como dijo ella misma, cuando cambias la perspectiva, “No ves cosas distintas, sino que ves las mismas cosas de una forma distinta”.

Es un cambio parecido al que sufre Neo en Matrix, cuando se toma la pastilla roja de Morfeo y empieza a ver la realidad tal como es. De hecho, el cofundador de Vox, Ezra Klein, llama a este cambio de perspectiva “Tomar la pastilla verde”. Y, como él dice: “Un mundo que parecía completamente normal, de repente, se convierte en una película de terror.”

A menudo me pregunto qué fue exactamente lo que me provocó ese cambio de perspectiva. ¿Fueron las imágenes de mataderos, o los datos sobre cuántos animales mueren al año para producir comida? Fue sin duda una combinación de muchos factores. Sin embargo, lo que más me afectó fue hacerme una pregunta aparentemente sencilla e inocente, pero muy profunda: “¿Puede que yo esté sesgado?”

En resumidas cuentas, “estar sesgado” quiere decir tener una visión incompleta o desequilibrada de la realidad.

El vídeo que me cambió la vida me hizo recordar todas aquellas veces en que mi excompañero (sí, aquel que compartió el vídeo al que no di ni un triste like) me había hablado sobre el problema de las granjas industriales. Y recuerdo que yo solía responder lo primero que me venía a la cabeza: “Sí, pero ¿y de dónde sacas las proteínas?” “El veganismo es extremo, la virtud está en el término medio”, “Pues un tío mío tiene una granja donde los animales viven muy bien”.

Después de ver el vídeo de Melanie Joy, cambié de perspectiva, y me vi a mí mismo diciendo todas esas cosas sabiendo que en el fondo… no tenía ni idea de lo que hablaba. Estaba afectado por innumerables sesgos, que, como aprendí poco después, ya tienen nombre, por ejemplo: el “sesgo del statu quo”, la “falacia del punto medio”, o la “heurística de disponibilidad”.

En definitiva, cuando daba esas respuestas, yo no buscaba la verdad, sino justificar mi opinión. Me hacía llamar “astrofísico”, y sin embargo, estaba traicionando uno de los principios más fundamentales de un científico: la búsqueda objetiva de la verdad.

Una nueva perspectiva

Aquella noche en el observatorio, un pequeño cambio de perspectiva me hizo sentir la Tierra girando bajo mis pies. Y hace justo una década, un vídeo de YouTube cambió mi forma de ver ese planeta para siempre.

“¿Puede que yo esté sesgado?” Esta sencilla pregunta me cambió la vida entonces, y me ha hecho cambiar mi perspectiva en muchas otras ocasiones. Por desgracia, lo que no podemos cambiar es nuestro cerebro: los cuadritos A y B nos van a seguir pareciendo distintos, y de vez en cuando un mago nos va a volver a sacar un rey de espadas de donde menos lo esperamos. Pero si nos hacemos regularmente esa pregunta, tendremos una visión un poco más precisa del mundo.

Ahora por fin ha llegado el momento de mostrar un poco de gratitud. Aunque sea con una década de retraso, voy a darle un like y dejar un comentario en ese vídeo que compartió mi excompañero, y que cambió mi vida.

Si a ti te ha gustado este vídeo (te haya cambiado la vida o no), también te invito a darle un like, o dejar un comentario. Y si quieres ver más vídeos sobre el Universo, o sobre cómo hacer que sea un lugar un poco mejor, también puedes suscribirte a mi canal. Así tendré el gusto de volver a verte en el próximo episodio de AltruFísica.