Vaya diíta. Después de una larga jornada de trabajo, fui a hacer la compra. Salgo cargado con carrito y varias bolsas camino a casa, y empieza a llover. Y ya para colmo, cuando estoy a punto de llegar a mi portal, noto que mi zapato aplasta un suculento excremento. Así que he tenido, literal y figuradamente un día de perros.
El píxel más importante
En días así, cuando parece que el mundo está en mi contra, suelo pensar en aquellas famosas palabras de Carl Sagan, hablando de una observación astronómica muy especial. En aquella imagen, tomada en 1990 por la sonda espacial Voyager 1, se ve un minúsculo puntito brillante, un píxel de color azul claro. Ese puntito insignificante, apenas perceptible, era y sigue siendo a día de hoy tremendamente valioso. No fue causado por una mancha en la lente ni por un error en el procesamiento de la imagen. Era el píxel más importante de la historia y del universo conocido.
Ese puntito azul, representa el origen de todo lo que conocemos sobre la ciencia, la raza humana, la naturaleza, el universo, y la realidad. Gracias a ese puntito existen hoy libros de historia sobre descubrimientos, imperios y artistas. Todo lo que la raza humana ha logrado, se debe a la existencia de ese pixelcillo insignificante.
Ese puntito es la Tierra, vista a 6 mil millones de kilómetros.
En ese píxel es, con total certeza, donde naciste, y casi seguro también donde morirás. Ahí es donde te pasas las horas, los días, los meses y los años buscando sentido a tu vida. O mirando a una pantalla. En ese píxel habita toda la humanidad: casi 8 mil millones de personas sobre la superficie de la Tierra, y unas 10 más flotando en la Estación Espacial Internacional. Ahí también es donde cada día nacen y mueren otros cientos de miles de personas, cuyos cuerpos se gestarán y se descompondrán en ese mismo píxel. Eso es todo lo que tenemos y todo lo que somos.
La pasta de la que estamos hechos
Ese píxel contiene a todos los seres vivos del universo, que conozcamos a día de hoy. Y todos esos seres vivos están hechos de la misma pasta, igual que las piedras, las nubes y los pimientos del Padrón. Todo está hecho de cenizas de estrellas muertas. Esto suena demasiado poético para ser científico, pero es cierto. Si nos planteamos de dónde sale un martillo, nos imaginamos la mina de la que se extrajo el hierro, y el tronco de algún árbol con el que se produjo la madera. ¿Pero cómo acabó ese hierro ahí? ¿Y de dónde salió el carbono y el oxígeno que hizo crecer el tronco de ese árbol? Casi todos esos elementos se formaron en estrellas.
Las primeras estrellas no eran más que átomos de hidrógeno que estaban flotando por el espacio, y que acabaron acurrucaditos en una esfera, por culpa de la gravedad. El hidrógeno es el átomo más simple de la tabla periódica, ya que solo tienen un protón en su núcleo. Pero cuando se juntan muchos hidrógenos, la gravedad se hace tan intensa que algunos de esos protones bajo presión se acaban fusionando, formando helio, con 2 protoncitos en el núcleo. Pero ahí no acaba la cosa, dentro de esa estrella, la presión sigue estrujando esos núcleos de helio, y cuando 2 de ellos se fusionan, forman berilio, con 4 protones en el núcleo. Berilio con helio, carbono, carbono con helio, oxígeno. Y así sucesivamente hasta llegar al hierro. ¡Pum! Ya tenemos para un martillo.
¿Pero qué pasa con el hidrógeno? Para formar hidrógeno no hizo falta ninguna estrella. Protones individuales ya había desde el primer segundo de vida del universo. El hidrógeno es por eso el elemento más común en el universo, y es pura metralla del Big Bang.
Total, que entre la fusión de núcleos y otros procesos un poco más elaborados, las estrellas acaban dando lugar a todos los elementos. Cuando las estrellas explotan esparcen todos esos elementos por el espacio. Y una vez más, la gravedad hace su trabajo y junta ese polvo de estrella para formar planetas como la Tierra, nuestro apreciado puntito azul.
La inmensidad espacial
Hasta la fecha ningún ser humano ha llegado a alejarse mucho de ese famoso píxel. Más allá de la órbita de la Tierra y de la Luna, tan solo hemos conseguido enviar maquinitas, que pululan por el espacio, como la misma Voyager 1, que tomó la foto. Esta nave es la construcción humana más lejana de la Tierra, y está a más de 20 mil millones de kilómetros, o sea, más o menos un día luz. Es decir, que las ondas de radio que emite la nave tardan un día en llegar a nosotros.
Eso, a nivel astronómico, no es nada. En comparación, la estrella más cercana está a unos 4 años luz. Y la distancia al centro de la galaxia es de unos 26 mil años luz. Es un poco triste pensar que jamás llegaremos a ver una foto de nuestra propia galaxia. Necesitarías viajar a la velocidad de la luz durante decenas de miles de años para poder alejarte lo suficiente y tener bastante ángulo como para poder verla entera. No hay palo de selfie lo suficientemente largo.
Pero imagina que lográsemos sacar esa foto de nuestra propia galaxia. La Tierra ya no sería un puntito, sería imposible encontrarla. Ni siquiera se podría distinguir el Sol entre todas las otras cien mil millones de estrellas de la galaxia.
Y ahí no acaba la cosa. Hay otros cientos de miles de millones de galaxias paseándose por el universo observable. El universo observable entero tiene un diámetro de unos cien mil millones de años luz. Y es posible que el resto del universo, más allá de lo observable, sea mucho más grande.
Somos diminutos.
La inmensidad temporal
No solo somos pequeños en el espacio, sino también en el tiempo. Plantéate por un momento cuánto tiempo representa en tu vida un parpadeo. En otras palabras, qué fracción de tu vida representa la duración de un único y fugaz parpadeo. Dura más o menos 1.5 décimas de segundo. Así que, frente a 30 años de vida, que es la edad mediana de la humanidad, esas décimas de segundo son una fracción ridículamente pequeña. Sin embargo, esa misma fracción de tiempo, frente a los casi 14 mil millones de años del universo, corresponde a unos 2 años.
O sea, que el 2020 y el 2021, un par de años que han cambiado drásticamente la vida de miles de millones de personas en el mundo, poniendo patas arriba costumbres y sistemas que dábamos por inalterables, son 2 años que, para el universo, han pasado en un abrir y cerrar de ojos.
Del mismo modo, 7 segundos, frente a los 30 años de vida de un ser humano típico, es una fracción minúscula. Pero, frente a la edad del universo, esa misma fracción representa algo más de un siglo. En otras palabras, toda tu vida, con sus desafíos, logros, tragedias, historias, viajes, amores, desamores, risas y llantos, para el universo no dura más que un suspiro.
Una perspectiva diferente
En fin, perdón por haberme enrollado tanto, he tenido un mal día. Aunque, después de pensarlo un poco, tampoco ha sido tan malo. En realidad hay cosas mucho más relevantes de las que debería preocuparme, más que de haberme mojado por la lluvia o haberme ensuciado los zapatos.
Carl Sagan pensaba que esa imagen de la Voyager 1 enfatiza nuestra responsabilidad para ser mejores personas, para valorar y cuidar nuestro puntito azul. Al menos eso es lo que la imagen le transmitía a él. Lo que está claro es que nos aporta una perspectiva diferente desde la que ver nuestros problemas y frustraciones.
En otra ocasión hablaremos del enorme potencial que reside en ese píxel. Pero, por el momento, podemos concluir que los verdaderos problemas de la humanidad no le importan a nadie, más allá de ese puntito azul. Es improbable que otra civilización mucho más avanzada esté estudiando silenciosamente nuestra evolución, esperando el momento de bajar a rescatarnos. Nadie va a venir a ayudarnos, ni a salvarnos de las consecuencias de nuestra propia arrogancia.
Si la temperatura media en la superficie de la Tierra sube por encima de unos grados, si nuestros avances en biotecnología e inteligencia artificial nos llevan a un destino distópico contrario a nuestros deseos y necesidades humanas, si una pandemia mucho peor que la actual se extiende sin que hayamos tomado las precauciones adecuadas, o si nuestros líderes deciden hacer alarde de opulencia y pulsar esos botoncitos capaces de iniciar en pocos minutos un bombardeo nuclear, ese píxel dejará de ser tan importante, pero el universo ni siquiera se va a despeinar.
Todo está hecho de la misma pasta: las galaxias, las estrellas, el Sol, la Luna, la Tierra, la humanidad, el resto de seres vivos, tu familia, tu cuerpo, tu móvil, la lluvia, y hasta la mierda de perro que pisas de vez en cuando. Todas, todos y todo somos polvo de estrellas y metralla del Big Bang, viviendo lo que dura un suspiro del universo.
José Rodríguez Agudo
agosto 18, 2022 — 19:10
¡Buenísimo el artículo!
Un saludo enorme desde Stuttgart
José
Pablo Rosado
agosto 18, 2022 — 21:09
Muchas gracias Jose, un saludo desde Barcelona!
Sole
agosto 19, 2022 — 10:31
Muy interesante y muy bien explicado, muchas gracias
Pablo Rosado
septiembre 8, 2022 — 13:09
Gracias Sole!
Patricia Rosado
agosto 21, 2022 — 00:52
Me encanta como explicas todo Pablo. Gracias !!
Pablo Rosado
septiembre 8, 2022 — 13:11
Gracias a ti, Patricia!