¿Es inmoral comer carne? En este vídeo voy a hablar del consumo de productos animales. Hablaremos de mitos y verdades sobre el cambio climático, las granjas industriales, la salud, las pandemias y las superbacterias. Y por último, te contaré por qué nos acercamos a la mayor distopía de la historia, y por qué evitarla está en tus manos.
Antes que nada quiero avisar de que este vídeo va a ser largo, duro y controvertido. Pero antes de entrar en materia, para tomar energía, déjame prepararme una tapita de queso con chorizo.
Me encanta la carne
Como te puedes imaginar, me encanta el queso, el chorizo, y la carne. Esto es así desde que era pequeño. Los mejores recuerdos de mi niñez ocurrieron en el Puerto de Santa María, donde solíamos veranear en casa de mis abuelos, con su perro, mi buen amigo Boro.
Boro solo entendía 3 palabras: “Boro”, “calle” y “cadena”. Las dos últimas eran las que solía decir mi abuelo cuando iba a sacarlo a pasear. “¡Calle, cadena!” y Boro se volvía loco.
Claro que si decías esas palabras por error, Boro se volvía loco igualmente, así que tenías que tener mucho cuidado.
Me encantaba ir al bar de abajo a tapear algo con la familia. En el barrio los camareros me conocían. Sabían que a ese muchachito risueño y mofletudo había que traerle siempre una tapita del mejor jamón ibérico que tuvieran. No me contentaba con cualquier cosa.
A lo largo de mi vida, el jamón, el chorizo y el queso siempre estuvieron ahí, así como la carrillada, el pulpo a la gallega o el mero empanado. En algunos de los mejores momentos de mi vida: bodas, cumpleaños, navidades…
Un día fuimos con toda la familia a la plaza de toros del Puerto a ver una versión flamenca de la ópera Carmen. Estábamos allí sentados disfrutando del espectáculo cuando, de repente, sacaron a un toro. Y yo, aún habiéndome criado en Andalucía, hasta entonces nunca en mi vida había visto una corrida de toros.
Para mi grata sorpresa, el ruedo se transformó en un desfile de música, color, bravura y energía. Y también parte de la experiencia era ver a la gente vitoreando una tradición con cientos de años de antigüedad. Ver a un toro bravo corriendo y embistiendo es realmente espectacular.
Sin embargo, viendo a ese toro en el ruedo, lo único en que podía pensar era cuánto me recordaba a Boro. Y ya estaba empezando a cogerle cariño a ese toro… cuando empezaron a clavarle las banderillas.
Allí, rodeado de personas que habían crecido en el mismo país y con la misma cultura y valores que yo, no podía entender cómo era yo el único que sentía pena por ese animal. Por suerte, resultó que no era el único. Mi hermana me cogió de la mano y salimos afuera, a esperar a que acabara la faena.
Ese día me di cuenta de que un toro no es muy distinto de un perro. Y si mi buen amigo Boro era capaz de sufrir, ese toro, seguramente, también.
Aún así, después de la obra fuimos a cenar y me comí un choco a la plancha sin despeinarme. Al fin y al cabo, los animales de granja y piscifactoría viven muy bien, y se les quita la vida siempre de una forma humana e indolora. ¿Verdad?
¿De dónde creemos que viene la carne?
Desde que éramos pequeños, hemos leído libros y visto dibujos animados de animalitos y granjeros felices, que se convirtieron en parte de nuestra infancia. Hemos comprado productos de vacas sonrientes y bailarinas, cerdos con “vidas sanas” correteando por el campo, y pollos parlanchines.
Y estas creencias nos acompañan cuando nos hacemos mayores. En una encuesta a 1100 personas en EEUU, el 58% respondió que “la mayoría de animales de granja reciben buenos tratos”, y el 75% dijo que compraba productos animales “tratados de forma ética”. Casi la mitad de los encuestados apoyaban una prohibición de las granjas industriales, e incluso de los mataderos. Lo cual es bastante irónico, siendo EEUU uno de los países con mayor consumo de carne por persona, el 99% de ganadería industrial.
Según explica la psicóloga Melanie Joy, los humanos sufrimos lo que se llama “disonancia cognitiva”. O sea, tenemos creencias, como que “los animales deben ser tratados bien” que son incompatibles con nuestras acciones, como “comer carne”. Esta tensión nos incomoda, y, como mecanismo de defensa, generamos nuevas creencias para excusar nuestras acciones.
Se han hecho varios estudios psicológicos en distintos países sobre esta “paradoja de la carne”, en que a una serie de personas se les pregunta si comer carne está bien. Y resulta que las respuestas suelen ser más positivas si los encuestados acaban de comer carne, y menos si acaban de ver imágenes de mataderos.
O sea, que solemos responder aquello que nos haga parecer menos contradictorios en ese momento.
Pero bueno, a los animales hay que matarlos de alguna forma para poder comérnoslos. Y a lo mejor no sufren tanto como un ser humano. A lo mejor ni siquiera sienten dolor.
¿Pueden los animales sentir dolor?
Voy a explicar el origen evolutivo del sufrimiento con un ejemplo sencillo. Imagina a dos animales casi idénticos. Lo único que los distingue es que uno es capaz de sentir dolor físico y el otro no. ¿Qué les pasa si hay un incendio? El animal que no siente dolor se quema, muere, y no deja descendencia. En cambio, el que sí siente dolor se aparta del fuego, sigue su vida, y se reproduce, dando así lugar a otros animales también capaces de sentir dolor.
O sea, el dolor físico es un mecanismo evolutivo que nos ayuda a sobrevivir. Así que los animales de granja, igual que los humanos, y sí, también los peces, compartimos la capacidad de sentir dolor.
Pero no solo dolor físico. El sufrimiento emocional también es un mecanismo evolutivo. Por ejemplo, sentir tristeza por la muerte de un hijo lleva a un animal a intentar proteger a otros hijos, y así aumentar la probabilidad de que alguno sobreviva.
Si tienes gatos, seguro que puedes dar fe de que tienen una psicología muy compleja.
De hecho llevamos décadas haciendo experimentos psicológicos con animales. No para entender y mejorar su bienestar, sino el nuestro propio. Algunos de los experimentos más tristes sobre los que he leído jamás fueron experimentos psicológicos en monos. Estos experimentos consistían en inducir estados de depresión y desolación, o meter a monos en el llamado “pozo de la desesperación”.
Y los primates no son los únicos animales con una psicología compleja. También se hacen experimentos en perros, roedores, e incluso peces. Efectivamente, ciertos comportamientos en los peces asociados a la depresión desaparecen cuando reciben antidepresivos, igual que pasa en un ser humano.
Muy bien, pero “¿me vas a decir ahora que las plantas también sufren?”
¿Pueden las plantas sentir dolor?
Vamos a realizar un experimento imaginario similar al anterior, pero ahora con plantas. Imagina que hay dos plantas casi idénticas. Una de ellas es capaz de sentir dolor, y la otra no. Ante un incendio, ninguna de las dos plantas se puede mover, así que ambas mueren. Sin embargo, la capacidad de sentir dolor es un proceso fisiológico que requiere energía adicional. Esto significa que la planta que siente dolor necesita más agua y nutrientes. Así que, en caso de sequía, es más probable que la planta que siente dolor muera antes, mientras que la planta que no siente dolor tiene más posibilidades de sobrevivir y esparcir sus semillas.
En otras palabras, el dolor no aporta ningún beneficio evolutivo a las plantas. Aunque sean capaces de responder a estímulos, las plantas no tienen sistema nervioso, y no hay ninguna evidencia científica de que experimenten dolor.
Luego hay casos intermedios más complicados, como el de las ostras, los mejillones y las ortiguillas. Son animales, pero tienen un sistema nervioso muy simple. Puede que el dolor no les haya aportado un gran beneficio evolutivo, y por tanto no está claro cuánto dolor son capaces de sentir.
Pero no hace falta debatir los casos más complicados. En abril de este año, cientos de expertos firmaron la Declaración de Nueva York sobre Conciencia Animal, apoyando que lo más probable es que todos los vertebrados tengan conciencia, así como también muchos invertebrados, incluyendo insectos, pulpos, o incluso las gambas y los camarones.
Y no cabe duda de que los peces, pollos, cerdos, vacas… En definitiva, los animales que solemos comer más a menudo, sí que sienten dolor.
Aún así, en cuanto se habla de la producción de carne, siempre hay alguien que dice “pues un tío mío tiene una granja donde los animales viven muy bien”. Y podríamos discutir si los animales en esa granja son felices o no. Pero sería una enorme pérdida de tiempo, ya que en realidad alrededor del 94% de los animales que consumimos globalmente no vienen de la granja de mi tío.
Vienen de la ganadería industrial.
La ganadería industrial
La primera víctima de la ganadería industrial que voy a mencionar es… el ser humano. La mayoría de ganaderos hoy en día viven endeudados para poder abastecer la producción que les demandan los grandes supermercados. Y el trabajo en un matadero no solo es físicamente peligroso, sino que conlleva niveles altos de depresión y ansiedad, y suele ser realizado por inmigrantes y refugiados, que no tienen otra alternativa. Además, las granjas industriales contaminan el aire y el agua de las comunidades cercanas, causando graves problemas de salud física y mental.
Pero, por supuesto, las principales víctimas de las granjas industriales son los animales.
En las últimas décadas, la ganadería intensiva y piscifactorías han ido optimizando sus procesos para maximizar la producción.
Un ejemplo muy ilustrativo es el de los pollos. A lo largo de los años hemos separado a los pollos en dos categorías: “las gallinas ponedoras”, optimizadas para producir huevos, y “los pollos de engorde”, optimizados para producir carne.
La gallina ponedora
Mientras que las gallinas silvestres en su entorno natural solían poner unos 12 huevos al año, las gallinas ponedoras de hoy producen del orden de 300 huevos. Suelen vivir en jaulas de entre 4 y 10 gallinas, tan pequeñas que ni siquiera pueden extender sus alas.
Imagínate tener que estar sentado durante horas en un asiento de Ryanair sin ni siquiera poder estirar las piernas. Pues una gallina experimenta algo parecido, pero no por un par de horas, ni por un par de días. Si no toda la vida.
Y después de entre 12 y 18 meses de vida enjauladas, la productividad de las gallinas empieza a bajar, y son sacrificadas, para ser reemplazadas por nuevas gallinas jóvenes más productivas.
Para poder mantener esta línea de producción, se insemina a algunas de estas gallinas. De los huevos fertilizados, aproximadamente la mitad son hembras, y la otra mitad machos. Las hembras acaban en jaulas como sus madres. Y a los machos… nos los comemos, ¿no?
Pues no. Estos no son “pollos de engorde”, es decir, no están optimizados para producir carne. Así que es más rentable simplemente deshacerse de ellos en cuanto nacen. ¿Y cómo se hace eso?
Pues sí, aunque parezca una broma macabra, la gran mayoría de esos polluelos adorables mueren tal como salen del huevo, normalmente gaseados, o triturados.
El pollo de engorde
La otra línea de producción es la del pollo de engorde. Podemos ver cómo en 50 años los pollos han sido seleccionados para comer poco y crecer en poco tiempo como bestias. O sea, son la versión animal de Frankenstein.
El pollo a menudo llega a pesar tanto que sus patas no pueden soportar el peso, y se rompen. Cuando esto pasa, o bien son sacrificados, o bien mueren por infecciones, o de hambre, por no ser capaces de llegar al comedero.
O sea, que mientras que las gallinas ponedoras suelen vivir en jaulas, para los pollos de engorde, su cuerpo ya es su propia jaula.
Podríamos hablar de muchos otros ejemplos de optimización en la ganadería industrial. Pero solo mostraré un ejemplo más. Para mí, es una de las imágenes más tristes que he visto jamás.
Las jaulas de gestación
Esta foto es de una granja en España.
Así es la maternidad en la ganadería industrial. Esta cerda, como muchas otras, pasa su vida entre la jaula de gestación y la jaula de parto. En esas jaulas es inseminada, vive el embarazo, da a luz, amamanta a sus crías, y luego vuelta a empezar, hasta que deja de ser productiva.
O sea, durante toda su vida, no tiene espacio ni siquiera para girar sobre sí misma.
Y después de esos 3 o 4 años de vida en cautiverio, de haber estado haciendo un gigantesco esfuerzo físico y psicológico, ¿dejamos a la cerda en libertad, para que se pueda jubilar alegremente?
No. Una vez que la cerda ya no es lo suficientemente productiva, la llevamos al matadero.
¿Cómo se mata a un animal?
De todas las formas en que mueren los animales que consumimos, la más común es la asfixia. Ya que así es como suelen morir los peces en la pesca salvaje. Ten en cuenta que, mientras que un humano en el agua solo puede sobrevivir unos pocos minutos, los peces fuera del agua pueden aguantar mucho más. Algunos, incluso varias horas. O sea, la asfixia para los peces es una muerte lenta y agónica.
Si hablamos de animales terrestres, lo más común es morir desangrado. Para ser más precisos, el método por excelencia en los mataderos industriales de todo el mundo es el que se usa con los pollos.
Consiste en colgar al pollo por las patas en unos ganchos metálicos. La cabeza del pollo es sumergida en agua electrificada, para dejarlo inconsciente. Luego se le corta el cuello para que se desangre, y, finalmente, se sumerge al pollo en agua hirviendo, para facilitar el desplume.
A lo mejor piensas que no está tan mal. Al fin y al cabo, el animal está inconsciente antes de ser degollado y escaldado. Pero lo cierto es que no todos los animales son aturdidos correctamente en el agua electrificada. Algunos aún están conscientes cuando se les corta el cuello. Y también algunos consiguen sobrevivir al degüelle, así que son literalmente hervidos vivos, una de las formas más dolorosas de morir.
Y a lo mejor también piensas que esto solo ocurre en casos muy excepcionales, o en países donde las condiciones de las granjas son más precarias. Pero en realidad, los métodos e instrumentos utilizados en la ganadería industrial son muy similares en todo el mundo, ya sea en Estados Unidos, España, o India.
Pero vale, vamos a suponer que eso de que se hiervan vivos a los pollos ocurre solo de forma excepcional.
Pues bien, si asumimos que esto pasa solo al 0.05% de todos los pollos sacrificados, por desgracia, eso significa que, globalmente, un pollo es hervido vivo cada segundo.
Y sé que puede resultar difícil de concebir. Pero es que el número de animales que mueren en el mundo para producir carne es, simplemente, desorbitado.
¿Cuántos animales mueren para producir carne?
¿Estás preparado para algunos datos realmente aterradores? Pues cada año, para producir carne, mueren en el mundo más de 80 mil millones de animales terrestres.
Esto equivale a 2500 animales por segundo.
El 90% son pollos. Y este número no incluye a los polluelos que son gaseados o triturados en la industria de los huevos, que podrían ser unos 7 mil millones más al año.
Y después del pollo, el segundo animal terrestre más consumido, sorprendentemente, es… el pato (principalmente porque se come mucho en China). Después van, en orden decreciente, cerdos, gansos, ovejas, conejos, pavos, cabras, vacas, y el resto de animales.
Estos números no incluyen otras especies para las que no tenemos datos, como las ranas, las codornices, o los insectos. Y tampoco incluyen las muchísimas muertes “accidentales” que ocurren antes de llegar al matadero.
Es más, según algunas estimaciones, aproximadamente 1 de cada 4 animales que nace en la industria ganadera mundial, no se come. O bien muere por el camino, o bien se tira a la basura.
Y ya, si contamos animales acuáticos, como peces y crustáceos, las cifras se vuelven astronómicas. El número de animales que mueren cada año para producir pescado y marisco, es del orden de billones.
Sin duda, la producción de carne se nos ha ido de las manos.
Parte del crecimiento en la producción de carne es debido a que la población humana mundial está creciendo. Pero el consumo de carne de cada persona individual también está creciendo. Por ejemplo, en España, México, Argentina y Chile, en 1960 solíamos comer entre 1 y 3 pollos por persona al año. En 2022, comimos entre 15 y 17 pollos por persona.
Lo curioso es que, a pesar del rápido crecimiento en la producción de carne, el número de granjas en Europa y Estados Unidos, está decreciendo. Y se estima que el número de granjas en todo el mundo se reduzca a la mitad para el final del siglo. O sea, cada vez hay menos granjas, pero más grandes, con más animales, y más industrializadas.
Malas noticias para los granjeros, para el medio ambiente, y, sobre todo, para los animales.
Nos encaminamos a una distopía
La triste realidad es que en las próximas décadas va a haber cada vez más animales en granjas industriales. Y esto será así hasta que lleguemos a un máximo histórico, en que el número de animales que sufren una vida horrible de cautiverio y una muerte dolorosa, será más alto que nunca antes. O sea, jamás en la historia del mundo (y, que sepamos, del Universo observable) habrá habido tanto sufrimiento como habrá entonces.
Y para cada uno de esos trillones y trillones de animales, la existencia es un infierno. Como la de las gallinas ponedoras o los pollos de engorde que expliqué antes, que viven privados de libertad, en espacios cerrados donde incluso el aire que respiran es irritante, ya que está lleno de amoniaco generado por la orina, heces y cadáveres acumulados a su alrededor.
La mayoría de animales de granja ven el sol por primera vez unos pocos segundos en su vida, cuando son trasladados al matadero.
Pero lo que te he contado hasta ahora es solo la punta del iceberg. Hay muchas otras atrocidades en la producción de comida que ni siquiera he mencionado. Podríamos hablar del foie gras, del ikizukuri japonés, del despique de los pollos, la amputación de la cola o el descolmillado de los cerdos.
Pero voy a mencionar solo un ejemplo más, que para mí es especialmente ilustrativo: La castración de los cerdos.
¿Merece la pena todo este sufrimiento?
A la gran mayoría de cerdos macho, normalmente al poco de nacer, se les extirpan los testículos. El procedimiento, por supuesto, no es el que emplearía una clínica veterinaria para castrar a un animal de compañía como un perro o un gato, intentando minimizar el sufrimiento del animal.
En la granja industrial, lo que se busca minimizar es el coste. Así que ya te puedes imaginar cómo funciona.
Welfare Footprint Project estima que la castración quirúrgica sin anestesia causa a cada cerdito unas 10 horas de dolor incapacitante o insoportable.
Para mí, la castración del cerdo es un ejemplo especialmente ilustrativo no solo por el sufrimiento que acarrea, sino por el motivo principal por el que se practica. ¿Lo hacemos para asegurar el bienestar del propio cerdito, o para evitar que se peleen entre ellos? No.
Como se puede leer en la web del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, la castración del cerdo se realiza…
Para que la carne no huela mal.
Ojalá pudiera contarte que esta práctica es ilegal en España. Pero no. Como dice el mismísimo Boletín Oficial del Estado, la castración de cerdos con menos de 7 días de vida se puede hacer sin anestesia.
Y ojalá pudiera contarte que los cerdos del jamón ibérico están libre de esta tortura. Pero no, el jamón ibérico se vende mejor si viene de cerdos castrados.
Después de contarte esto, voy a volver a mostrarte la foto que para mí es una de las imágenes más tristes que he visto. Esta imagen representa la que es seguramente la mayor catástrofe moral de nuestro tiempo, y es un presagio de la distopía a la que nos dirigimos.
Ah, pero se me olvidó que la imagen no estaba completa.
Algunas de las crías no sobreviven. Y la madre no puede ni siquiera moverse para ayudarlas.
Lo peor es darse cuenta de que ese cerdito puede que sea más afortunado que todos sus hermanos supervivientes, ya que para él, el sufrimiento ya ha acabado.
Como dije al principio del vídeo, me encanta el jamón, el chorizo y la carrillada. Pero, cuando pienso en este tipo de prácticas, me pregunto: ¿Merece la pena que un cerdo experimente este dolor tan insoportable, para que yo pueda disfrutar de unos minutitos de placer?
Espero haberte convencido de que las granjas industriales presentan un problema moral de una escala colosal. Pero si no te he convencido, quédate un ratito más, que ahora te voy a contar por qué esta industria no solo afecta a los animales, sino que también nos afecta a ti y a mí.
Impacto medioambiental de la carne
La comida y la agricultura están entre las principales causas del cambio climático antropogénico.
La gran mayoría de emisiones de gases de efecto invernadero son causadas por el sector energético. La agricultura “solo” contribuye entre un cuarto y un tercio de las emisiones. No obstante, incluso si dejáramos de quemar combustibles fósiles de la noche a la mañana, las emisiones de la agricultura ya serían suficientes para aumentar la temperatura en casi 2 grados, haciendo imposible alcanzar los objetivos del Acuerdo de París. Y la mayoría de esas emisiones son causadas por la producción de carne y pescado.
Por supuesto, la producción de verduras también tiene un impacto medioambiental. Pero ojo: obtener proteínas de un animal implica no solo criar a ese animal, sino también cultivar la comida de ese animal. Así que obtener proteínas directamente de las plantas es más eficiente.
¿Pero cuánto peor es el impacto de los productos animales con respecto a los vegetales? Para esto necesitamos un análisis de ciclo de vida, o sea, de todo el impacto ocasionado por un alimento, desde la producción hasta su uso final.
Vamos a tomar como referencia el tofu, un producto hecho a partir de la soja. Para producir 1 kg de tofu, se emiten unos 3 kg de CO2 equivalente. Pues bien, 1 kg de pollo genera 3 veces más emisiones; 1 kg de cerdo, casi 4 veces; 1 kg de queso, 7 veces; y 1 kg de carne de vaca genera 30 veces más emisiones que el tofu.
Y si hablamos de cuánta agua, o de cuánta superficie se necesita para producir comida, de nuevo, el pollo, el cerdo, el queso y la vaca son mucho peores que el tofu.
En la bibliografía [este documento] dejaré enlaces a un explorador de datos con el que puedes ver el impacto medioambiental de otros productos, como frutos secos o verduras, comparar el impacto de una hamburguesa vegetal con otra de pollo, de cordero o de ternera, o el impacto de la leche de almendras, soja o avena y la de vaca.
Pero a ver, traer 1 kg de aguacates de México o Perú seguro que emite mucho más que 1kg de ternera de la granja del pueblo de al lado, ¿no? Pues sorprendentemente, no. El transporte internacional de comida ocurre principalmente por barcos enormes que transportan miles de toneladas de comida. De modo que, por cada kilogramo de comida, las emisiones son relativamente pequeñas. El transporte causa solo un 5% de todas las emisiones de la producción de comida global.
Así que, si piensas que la solución es comer “carne local”, lamento darte malas noticias. Es mucho más importante qué comes, que de dónde viene.
Y si quieres comer “carne sostenible”, ten en cuenta que producir 100 gramos de la mejor carne, en términos medioambientales, suele ser más contaminante que producir 100 gramos de la peor comida basada en plantas.
En general, una dieta basada únicamente en plantas es mejor para el medio ambiente que una dieta vegetariana, pescetariana, u omnívora, ya sea en términos de emisiones, uso de la tierra, gasto de agua, o pérdida de biodiversidad. De hecho, el Director General de la Organización Mundial de la Salud propone una transición mundial hacia más dietas basadas en plantas, por el bien de la salud global y la salud del planeta.
A pesar de todo esto, se suele hablar de que la soja está contribuyendo a la deforestación del Amazonas. Y esto es cierto. Pero solo un 20% de esa soja está dedicada a alimentar a seres humanos. La mayoría de la soja se usa para alimentar al ganado.
En realidad, la principal causa de deforestación a nivel mundial es la carne. Concretamente, la de vaca.
Para hacernos una idea, actualmente, la mitad de la superficie habitable del planeta está dedicada a la agricultura. De toda esa superficie, un 80% es para ganadería. O sea, si dejásemos de consumir productos animales, tendríamos 38 millones de kilómetros cuadrados para cultivar lo que quisiéramos, o para reforestar… o para jugar al cricket. Es decir, podríamos reutilizar el equivalente a la superficie de todo el continente americano.
Y superficie, definitivamente, nos va a hacer falta, ya que, según estimaciones de las Naciones Unidas, antes del final del siglo alcanzaremos un máximo histórico de unas 10 mil millones de personas a las que alimentar en el planeta.
Entonces ¿qué deberíamos hacer? Como mostré antes, el impacto medioambiental de la carne de vaca es mucho mayor que el de otras fuentes de proteína. Así que la solución parece clara: Deberíamos comer menos vaca, y comer más pollo y pescado, ¿verdad?
¿Salvamos al planeta o a los animales?
Se suele pensar que lo que es mejor para el medio ambiente es mejor para los animales. Pero, por desgracia, a menudo, es al contrario.
Producir 1 kg de carne de vaca implica entre 3 y 10 veces más emisiones de gases de efecto invernadero que un 1 kg de pollo. Pero una vaca produce tanta carne como unos 200 pollos. Así que, si sustituyes la carne de vaca por la de pollo, estás haciendo algo bueno por el medio ambiente, pero estás consumiendo muchos más animales. Además, la calidad de vida de los pollos de granja industrial es bastante peor que la de las vacas. Y si dejas la vaca para comer más pescado, te encuentras con un dilema parecido.
Pero aquí no acaba la cosa: Cuanto mejores son las condiciones de los animales de granja, por lo general, mayor es su impacto medioambiental. Por ejemplo, cuanto menor sea el espacio disponible para un animal, menos se mueve, y por tanto menos energía consume, y menos superficie necesita.
Y si piensas que la solución es comprar productos “orgánicos”, de nuevo, tengo malas noticias. Según varios estudios, las gallinas de jaula producen más huevos y consumen menos comida que las gallinas de granjas orgánicas. Así que los huevos orgánicos tienen una huella de carbono mayor.
O sea, parafraseando a Rajoy: Cuanto peor [para el animal], mejor para todos, y cuanto peor para todos, mejor [para el animal].
Entonces estamos en un callejón sin salida, ¿no?
No tan rápido. Esto es lo que se llama una “falsa dicotomía”: un dilema en que parece haber solo dos soluciones, pero, en realidad, hay otras soluciones que estamos ignorando.
Hay una forma de ayudar al medio ambiente y también a los animales: Reducir el consumo de carne.
Pero claro, esto es imposible, ya que comer carne es imprescindible para tener una buena salud, ¿verdad?
¿Es necesario comer carne?
La mayor organización de profesionales en nutrición, así como muchas organizaciones similares de diferentes países, sostiene que las dietas veganas bien planificadas son apropiadas para todas las etapas de la vida, incluyendo el embarazo y la infancia. Muchos estudios concluyen que una dieta vegana bien planificada puede reducir el riesgo de enfermedades crónicas, como la diabetes tipo 2, la hipertensión y ciertos tipos de cáncer, y que puede ayudar a reducir peso entre la población general saludable (lo cuál no es moco de pavo, ya que actualmente muere más gente por obesidad que por hambre).
Por otro lado, la agencia sobre cáncer de la Organización Mundial de la Salud clasifica la carne roja como “probablemente carcinógena”, y la carne procesada como “carcinógena” (lo que incluye al jamón), basándose en evidencia suficiente de que su consumo causa cáncer colorrectal.
Pero por supuesto, una dieta mal planificada (sea vegana o no) presenta riesgos. Y hay expertos que informan de los riesgos de una dieta vegana mal planificada, a nivel del sistema nervioso, esquelético, inmunológico, e incluso de salud mental. Esto tampoco es moco de pavo, teniendo en cuenta que vivimos en una sociedad que no está adaptada al veganismo.
No obstante, lo que parece muy probable es que una dieta basada mayoritariamente en plantas es beneficiosa para la salud, independientemente de si es 100% vegana o no. Así que creo que se pueden sacar dos conclusiones indiscutibles:
- ¿Es posible tener una vida saludable con una dieta que incluye productos animales? Sí. Basta decir que la inmensa mayoría de las personas saludables en el mundo come carne.
- ¿Es posible tener una vida saludable con una dieta basada en plantas? También. Entorno al 2% del mundo es vegano, lo cual son ya unas 160 millones de personas, incluyendo a deportistas de élite como Novak Djokovic, Lewis Hamilton, o Venus y Serena Williams, además de una larga lista de atletas, ciclistas, luchadores, levantadores de peso, jugadores de baloncesto y fútbol, y hasta culturistas de todas las edades.
Aún así, la dieta basada en plantas recibe muchas críticas. Una muy común es que es una dieta incompleta, ya que, efectivamente, a día de hoy requiere suplementación de vitamina B12. Pero lo que no suele mencionarse es que estos suplementos también se los damos a los animales de granja.
Y eso no es todo, a los animales se les dan muchas otras cosas, incluyendo hormonas y antibióticos. Lo cual nos lleva a otro riesgo de salud que plantean las granjas industriales. Un riesgo realmente aterrador.
Pandemias y superbacterias
La mayoría de pandemias que la humanidad ha sufrido a lo largo de su historia ha sido de origen “zoonótico”, o sea, transmitidas de animal a humano. Esto es el caso de la peste negra, la gripe española, el SIDA, o el COVID19.
Y las granjas intensivas son espacios con una gran densidad de animales, y con muy poca higiene. O sea, caldo de cultivo de virus y bacterias.
En tales condiciones es frecuente que los animales se enfermen y mueran antes de haber crecido lo suficiente. Así que, para conseguir que sobrevivan, y así producir más carne, los animales de granja reciben enormes dosis de antibióticos.
Tanto es así que la gran mayoría de antibióticos que se producen mundialmente no son para humanos, sino para animales. Hasta el 80%, por ejemplo, en el caso de EEUU. ¿Qué peligro tiene esto?
Imagínate que vas al médico con una infección simple. El médico te receta un antibiótico, y este… no funciona. Estás infectado por microbios resistentes a los antibióticos.
Pues bien, esto no es una idea hipotética de un futuro distópico: ya está pasando.
Las granjas industriales no solo aumentan el riesgo de pandemias, sino también el riesgo de bacterias resistentes a los antibióticos: las superbacterias.
En 2019, se estima que unos 5 millones de personas murieron por causas asociadas a superbacterias. En España el mismo año, murieron unas 27 mil. O sea, 25 veces más víctimas mortales que en todos los accidentes de tráfico juntos.
Y según algunas estimaciones, para 2050, las superbacterias podrían matar globalmente a unas 10 millones de personas al año. Tantas como mata el cáncer actualmente.
Pero después de tanto contenido distópico, ahora por fin te traigo buenas noticias: Tenemos soluciones a todos estos problemas.
¿Qué podemos hacer globalmente?
En Europa, las leyes y subvenciones agrícolas europeas tienen cada vez más en cuenta proteger el bienestar animal y el medio ambiente. Y esta tendencia es probable que continúe. Con lo cual, el precio de los productos animales seguramente aumentará. Esto hará que el mercado se vaya redirigiendo a otras alternativas. Por ejemplo, la carne no animal.
A día de hoy ya tenemos una enorme variedad de productos que emulan la carne, el huevo y los lácteos, pero basados en plantas, mucho menos dañinos para el medio ambiente y para los animales. Pero también hay otras formas de producir carne no animal. Una es la fermentación de precisión. Y otra, la carne cultivada, sintetizada a partir de células madre.
A mí no me cabe duda de que, tarde o temprano, tendremos en el supermercado carne no animal que es más nutritiva, menos contaminante, más barata, y más rica que la carne actual. Cuanta más aceptación tengan estos productos en el mercado, más inversión recibirán, y más rápido mejorarán.
Aunque muy lentamente, esto ya está pasando. En una encuesta europea reciente, más de la mitad de los participantes dijo que ha reducido su consumo de carne durante el último año. Y un 40% tiene la intención de comprar más alternativas basadas en plantas en los próximos meses.
Como mencioné antes, el número de animales de granja va a seguir aumentando año tras año, hasta alcanzar un máximo histórico. Lo que tenemos que conseguir es pasar ese máximo lo antes posible.
Y para ello, tú puedes ayudar.
¿Qué puedes hacer tú?
A menudo, los activistas animalistas te intentan convencer de que te hagas vegano. Y en efecto, esa es una forma de reducir el sufrimiento animal. Pero para mucha gente, por diferentes circunstancias, hacerse vegano, no parece una opción factible. Con lo cual, en vez de hacerse vegana, mucha gente decide no hacer nada en absoluto.
Pero esto es de nuevo una falsa dicotomía. Hay muchas cosas, muy efectivas, que puedes hacer. En concreto, ahora te voy a hacer 3 propuestas.
1. Reducir el consumo de productos animales
Tú decides tu propio desafío: Lunes sin carne, reemplazar la leche de vaca por leche de soja o avena, o reemplazar los nuggets de pollo por los de pollo vegetal.
Pero a lo mejor piensas que, si no compras tú un filete en el supermercado, lo comprará otra persona, o acabará en la basura. Y a menudo, tristemente, es así. Sin embargo, de vez en cuando, ese supermercado hace balance y se da cuenta de que han sobrado demasiados pollos. Ese día, el pollo que no has comprado vuelca la balanza, y el supermercado pide, digamos, 100 pollos menos para la semana siguiente.
Pero estos números me los he sacado de la manga. ¿Cuáles son estos números en realidad?
El único estudio que conozco al respecto estima que, por cada huevo que no compras se reduce la producción en 0.9 huevos. Por cada litro de leche que no compras, se reduce la producción en 0.6 litros. Y por cada kilo de carne de vacuno, pollo, o cerdo que no compras, se reduce la producción entre 0.7 y 0.8 kilos.
O sea, que por cada 10 pollos que no comes, evitas el sufrimiento de 7 u 8. Y por tanto, si un español medio deja de comer carne de pollo, al cabo de un año está evitando el sufrimiento de unos 11 pollos.
Yo hace ya casi una década decidí reducir el consumo de productos animales. De hecho, hasta el mínimo. Y hasta ahora he conseguido mantener una muy buena salud, y una vida feliz.
Lo mejor de todo es que, a día de hoy, dejar de comer carne animal no significa dejar de comer carne. Como dije antes, hay alternativas basadas en plantas que emulan el sabor y la textura de la carne que tanto nos gusta.
Pero es que además hay todo un mundo de recetas que están basadas en plantas, o que se pueden adaptar fácilmente, y que son nutritivas y deliciosas. Por mencionar algunas, a mí me encanta la comida asiática, como el pad thai, la chana masala, o el dal. Y por supuesto también me encantan las papas arrugás con mojo picón, el salmorejo y el gazpacho andaluz.
Por si no te diste cuenta, esa tapa de queso con chorizo que me comí al principio, estaba basada en plantas. Las navidades pasadas preparé esas tapas con mi familia, y se acabaron antes que las tapas de jamón y chorizo animal.
Pero nos estamos desviando del tema. ¿Qué más puedes hacer para ayudar a los animales?
2. Donar a obras efectivas
Por ejemplo, The Humane League es una ONG que trabaja para mejorar las condiciones de los animales de granjas industriales, y es considerada por evaluadores independientes como una de las obras más costo-efectivas. O sea, consiguen más por menos dinero. Entre otras muchas cosas, han conseguido que grandes corporaciones como Starbucks, Burger King, o KFC implementen políticas para mejorar el bienestar de los animales.
Este tipo de campañas, según algunas estimaciones, puede ayudar a mejorar la vida de cientos de pollos por cada euro donado.
Si vives en España, puedes donar a The Humane League a través de Ayuda Efectiva. Y también puedes donar al Observatorio del Bienestar Animal, una ONG española con objetivos parecidos.
3. Hacerte “vegaliado”
Según explica Melanie Joy, no hace falta ser vegano para ayudar a los animales. También te puedes hacer un aliado vegano, o más fácilmente, un “vegaliado”. O sea, puedes apoyar la causa animal, independientemente de si consumes o no productos animales.
Por ejemplo, si vas al supermercado o a un restaurante, puedes probar las opciones basadas en plantas. Y si no tienen ninguna, puedes decirles que estarías interesado en comprarlas. Algunas de esas opciones veganas, por ser productos nuevos (y carecer de subsidios como tienen muchos productos animales) pueden ser algo más caras. Pero si te lo puedes permitir, comprándolas estarás haciendo que el mercado se adapte, y con el tiempo, se harán mejores y más baratas.
También puedes firmar peticiones pidiendo mejores condiciones para los animales, o unirte a manifestaciones pacíficas.
Y si eres periodista, o tienes un podcast o un canal de YouTube, puedes hablar del problema del sufrimiento animal y sus soluciones.
Ahí tenemos por ejemplo el excelente vídeo del vegano Alvaro Majo, y también la reacción de El Xokas, no-vegano, pero quizás sí vegaliado, y la reacción a la reacción de otros muchos veganos y no veganos, con cada vez más gente participando en una conversación fractal sobre el bienestar animal.
Conclusiones
Nos dirigimos al episodio más difícil de la historia de nuestro Universo. Está en nuestras manos tener un futuro mejor, y cada uno de nosotros tenemos un granito de arena que aportar. Puede que nuestro granito de arena parezca poca cosa. Pero para ese animal que salvamos de la tortura, nuestro granito de arena lo es todo en el Universo.
¿Es inmoral comer carne? Francamente, la respuesta da igual. Lo único importante es que tienes el poder de reducir enormemente el sufrimiento de muchos animales, así como tu impacto medioambiental, el riesgo de que se desate otra pandemia, y de que se propaguen las superbacterias.
Para ello, tan solo hacen falta 3 cosas muy sencillas: Reduce, dona, y hazte vegaliado.
Hazlo por tu perro o tu gato. ¿Qué serías capaz de hacer para evitar que sufriera?
Hazlo por mi buen amigo Boro. Por aquel toro de lidia que vi sangrar en el ruedo. O por esa madre que vio morir a uno de sus cerditos sin poder hacer nada.
Hazlo por un futuro en que podamos estar haciendo una barbacoa con nuestros amigos, comiendo una hamburguesa deliciosa de carne cultivada y queso basado en plantas.
O si no, hazlo por ese niño mofletudo, ahora ya algo más crecidito, que quiere volver a experimentar lo que es ir a tapear con su familia, y disfrutar del chorizo, la carrillada y el jamón de su tierra, sin que haya tenido que morir ningún animal para ello.
Ahora nos parece una locura. Pero si es el futuro que queremos, tenemos que luchar por él.
Muchas gracias por ver este video. Sé que no ha sido fácil de ver, y tampoco lo ha sido para mí prepararlo. Si te ha parecido interesante, no olvides darle un “me gusta”, compartirlo, dejar un comentario, y suscribirte a mi canal. Así tendré el enorme gusto de volver a verte en el próximo episodio de AltruFísica.